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martes, septiembre 11, 2007

Hoy me sentía creativo

Así es, me he sentido creativo, así que me he puesto a escribir y en un par de horitas (con un descansito para beber una Coca cola, que hace calor) me ha salido este texto. Es una vieja idea que escribí hace unos años y que nunca me convenció, así que he decidido retomarla y ahora me gusta cómo ha quedado. Espero que a vosotros también os guste, y a ver si comentáis/criticáis más los textos, que a veces me quedo con la sensación de que nadie los lee.



Hades


Jorge Urreta


He tomado por fin la gran decisión. Tranquilidad, no pienso suicidarme, sólo provocar un poco de caos en el mundo.


Quien no me conozca mucho pensará al verme que soy uno de esos “frikis”, obsesionados por las nuevas tecnologías, y la verdad es que no estarían muy mal encaminados. Debo reconocer que no siempre fui así, pero las circunstancias de la vida me hicieron cambiar. Tal vez fuera el trabajo del que me echaron por una cagada que yo no había cometido, la novia que me dejó por un tipo al que siendo generoso sólo podría calificar de “capullo”, o unos padres que murieron por culpa de un borracho que se saltó un semáforo y quedó en libertad sólo porque el policía que le tomó los datos debía de estar más borracho que él y no dio ni una. El caso es que hace ya tiempo que me cansé de todo esto y si este mundo no es para mí, no va a ser para nadie.


Hace unos años, me reía cuando, leyendo en Internet una página acerca de los “frikis”, vi que en su “manifiesto” afirmaban que una de las principales condiciones para ser considerado “friki” es tener el deseo de dominar el mundo. Resultaba bastante divertido, pero poco podía yo imaginar entonces que unos años más tarde, me encontraría frente a un ordenador, convertido en un “friki” más y dispuesto no sólo a dominar el mundo, sino tal vez incluso a mandarlo a hacer puñetas.


Me explicaré: el tema de los “frikis” me llevó a interesarme por la informática, para la que siempre me había considerado bastante negado. Como estaba sin trabajo y pocas eran las perspectivas de conseguir uno nuevo, me dediqué de lleno al estudio de las nuevas tecnologías. En poco tiempo, conseguí superar el miedo inicial al teclado y el ratón y, según palabras de uno de los profesores de la academia en la que me apunté, pasé de negado a “gurú de la programación”. Mis nuevas habilidades me permitieron encontrar un trabajo nuevo con gran rapidez, pero no tardé en aburrirme. Intenté mezclarme con los “frikis”, pero nunca llegaron a aceptarme. Aunque la mayoría de ellos me veían como un superior en cuanto a conocimientos, para ellos jamás dejé de ser un extraño. Me veían como un tipo caprichoso al que de repente le había dado por aprender informática, como también podría haber decidido aprender mecánica o macramé. El trabajo me duró menos que el anterior, concretamente el tiempo que dejé de ser interesante para el resto de compañeros (ya no impresionaba ni a los becarios) más el que tardé en cansarme de no poder desarrollar mis nuevos conocimientos. Mi nuevo gran trabajo consistía en hacer aburridas “aplicaciones de gestión” para aburridos clientes, y en semejante coyuntura no me sentía realizado.


Después de despedirme y salir de la oficina sin mirar atrás, decidí que iba a sentirme realizado como fuera e iba a dejar mi huella en el mundo. Con la ayuda de Google, unos cuantos libros de programación y mi imaginación, en poco tiempo decidí qué iba a hacer: el virus más destructivo de la historia. Tanto tiempo entre ordenadores me había llevado a descubrir lo mucho que dependemos de la informática en el día a día, en un tiempo en el que hasta los frigoríficos se conectan a Internet y hacen la compra por ti. Pasé cerca de un año estudiando a diario cómo acometer la tarea, hasta dar con un pequeño programa capaz de infectar prácticamente cualquier sistema que incorporase un chip susceptible de ser programado. En el caso de los ordenadores, debería ser capaz de quemar los discos duros y en el caso de todos los demás aparatos que no contaran con dicho componente, deberían calentarse hasta quemarse a sí mismos y, con suerte, lo que hubiera alrededor. Además de eso, debería ser el virus de más fácil propagación de la historia, para que hubiera infectado suficientes ordenadores antes de que alguien llegara a detectarlo. Y aunque lo detectaran, debería ser también suficientemente complejo para que ni los más expertos (todos peores que yo, seguro) fueran capaces de descubrir su funcionamiento.


Por fin tengo delante el fruto de mi esfuerzo. He decidido llamarlo “Osito de peluche” para que nadie pueda sospechar de su verdadera naturaleza, aunque escondido muy en el fondo del código he incluido su verdadero nombre, Hades, como homenaje al dios de los muertos de la antigüedad. De momento, he hecho pruebas en mi cuarto, con un grupo de diez ordenadores de segunda mano que compre en eBay, por lo que no lloré cuando se frieron sin remedio. Tuve el mayor cuidado posible (aunque parezca absurdo) para que no saliera de mi pequeño entorno controlado, y dejé que el mundo viviera unos pocos días más. En cuanto propague el virus y éste se encargue de reducir a polvo todo sistema informático, quiero hacerlo siendo consciente de todo y de la destrucción que voy a provocar. Ahora mismo, estoy a punto de hacerlo. Sólo tengo que introducir la clave, formada por seis números que sólo yo conozco, pinchar en el icono del programa del virus y, en menos de un día, el mundo estará sumido en el caos. En un principio, pensé en dejar dos o tres ordenadores intactos, todos míos, y en el futuro venderlos como piezas de museo a algún “friki” con mono de máquina y dispuesto a pagar millones por ellos, pero también pensé que sería mejor dejarlo estar, para no despertar sospechas y porque tal vez sería aburrido ser el único informático del mundo con un ordenador con el que trabajar. Lo más divertido será ver y sentir el caos, aunque afecte también a mis pobres ordenadores. Tengo unas tremendas ganas de ver la cara del tipo de las noticias cuando tenga que darlas sin ordenadores, sin “teleprompter” y con una cara de sorpresa que le llegue al suelo.


Ha llegado el momento, empecemos la cuenta atrás:


Diez...


Nueve...


Ocho...


Siete...


Seis...


Cinco...


Cuatro...


Tres...


Dos...


Uno...


Mierda.


Mi mundo y mi caos se han vuelto de color azul, como mi pantalla. Windows ha efectuado una operación no válida y se va a apagar. Tengo el virus más destructivo del mundo y Windows efectúa una operación no válida.


Estoy demasiado cansado, me voy a la cama. Ya destruiré el mundo mañana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Jorge, espero que acepte las críticas. Quiero decirle, solamente, que sus textos serán rechazados por agentes y/o editoriales porque a primera vista destilan "afición". Me explico, un texto de calidad ha de ser profesional, y en los suyos, se ve que le falta mucho por aprender y madurar. Son muy planos, topiquísimos, carentes de jugo. Por favor, lea a los grandes maestros y aprenda, que nadie nace sabiendo ni sabido. Entonces, escriba, con mayúsculas.
(No se lo tome a mal, es una recomendación, no una crítica destructiva. España necesita Escritores, no "escritores", porque los Escritores se van muriendo poco a poco y quedan vivos sólo cinco: Muñoz Molina, Delibes, Marsé, de Prada y Ayala), y de estos, a dos le quedan pocos años. Tómeselo a bien, y no escriba basura, por favor.

El predicador y su seis tiros dijo...

Se me han adelantado...Al menos así se puede comprobar que mi opinión no está tan solitaria como parecía. Sin embargo disiento en un pequeño, minúsculo, diminuto e insignificante detalle. Si nadie nace sabiendo ni sabido, como consecuencia lógica tendrá que gatear antes de andar. No llame a los gateos basura caballero, pues son imprescindibles para una excelsa andadura.

Simplemente añadir un nombre a esa lista de escritores: Arturo Pérez-Reverte, el Maestro (con unas mayúsculas de padre y señor mío) de la RAE.