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lunes, julio 16, 2007

Un nuevo relato

¿Sabéis que hice el jueves, justo el día después de recibir el mensaje de rechazo de la agencia Sandra Bruna? Escribir un relato corto, el primero que escribo en algo más de un año. Tranquilos, no es que hubiera dejado de escribir, sino que sigo enfrascado en mi última novela, un "tocho" que va ya camino de los 400 folios, y eso con espaciado simple. Miedo me da el día que quiera enviársela a alguien y la tenga que imprimir. Espero que para entonces haya ya más gente a la que no le importe recibir manuscritos por correo electrónico. Por otra parte, ya estoy enfrascado también en buscar otro agente literario, y he enviado un pequeño resumen a varias agencias. De momento, me han contestado de un par de esas que cobran por un "informe de lectura". Sobre una de ellas, la agencia IMC, le he hecho una consulta a Prometeo, responsable del blog "Miserias Literarias", por si la conoce. Sé que es una de las agencias que se juntaron hace unos meses en un gremio de agentes literarios o algo así, pero tampoco tengo referencias suyas. Para un manuscrito de la longitud del mío, piden 80 euros, que tampoco parece exagerado. Si el informe en cuestión es útil y sincero (no como esos de las editoriales de coedición, que siempre te ponen por las nubes) tal vez merezca la pena. Bueno, después de este rollo, voy a incluir el relato. Para todos aquellos que, como yo, hayáis crecido viendo teleseries como "Historias de la cripta", "Más allá del límite" y similares, el estilo es posible que os suene. Es una idea que me vino a la mente el miércoles a la noche, estando en la cama (hay que ver cómo me fastidia que se me ocurra una idea cuando intento dormir). Al día siguiente, me puse después de comer y en poco más de una hora ya lo había escrito. El viernes lo corregí y hoy llega aquí y a yoescribo.com, donde estará subido en unas semanas. Vamos ya con el relato:

¿QUIÉN DIJO QUE ERA DIFÍCIL GANAR LA LOTERÍA?

Durante toda mi vida, mi mayor ilusión ha sido siempre ganar la lotería. Pues bien, lo he logrado.


En estos momentos, tengo ante mí una serie completa del número de lotería que salió premiado ayer a las diez de la noche, en el sorteo que batió todos los records establecidos. Por primera vez en su historia, la Organización Nacional de Loterías y Apuestas del Estado de España entregará un premio de cien millones de euros, que se dice pronto. Aunque yo ya lo sabía.


¿Y cómo podía saberlo? Porque yo ya lo vi hace una semana.


No, no tengo una bola de cristal, ni sé interpretar las cartas del tarot, los posos del café o los pelos de la calva de mi jefe, pero hace años que adquirí la capacidad de viajar en el tiempo.


Así las cosas, descansaba yo en mi casa hace una semana. Estaba viendo el sorteo de lotería en el que se daría el impresionante premio que he mencionado. Mi décimo, que jamás obtendría un premio, ni el más pequeño, estaba en mi mano. Minutos de tensión; bombos y bolas girando; bolas cayendo; desilusión. En pocos minutos, tenía en mi mano un trozo de papel inservible, con el que sólo podía hacer una cosa que, por educación, no voy a mencionar. Hice una pelota con él y practiqué mi tiro de tres puntos, tras lo que maldije mi suerte por enésima vez y volví a mi vida de siempre. Dos días después, mandé todo al carajo y tomé una decisión: iba a anotar el número del boleto premiado y me iba a hacer con él, costara lo que costara. No en vano, yo era el viajero en el tiempo. Sólo supe casualmente que el ganador del premio había sido un visitador médico de algún sitio que no recordaba, pero ese era un detalle irrelevante y que no influía, ni positiva ni negativamente, en mi “habilidad”.


Si has leído mi relato hasta este punto, supongo que ya te estarás preguntando por qué no tenía ya el boleto premiado en el momento del sorteo y qué hacía con uno cualquiera, sin al menos haber comprobado si me iba a llevar algún premio. Tal vez una pequeña incursión en el pasado, sólo para mirar, ¿no?


Nada más lejos de la realidad. No existen las pequeñas incursiones en el pasado, y pude comprobar eso cuando era pequeño y, casi de casualidad, descubrí que podía viajar en el tiempo. Tendría yo unos diez años, cuando vi que era capaz de hacer lo que otros sólo podían soñar, pero el sueño no tardó en tornarse pesadilla, en cuanto descubrí que algo así siempre tiene consecuencias. Como dijo una vez un sabio: "Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad". Pronto constaté que cualquier tontería, incluso pisar la brizna de hierba equivocada, podía desencadenar una serie de acontecimientos que llevaran a cambiar el futuro de forma radical. No es que cambiara el futuro hasta el punto de matar a mi propio padre o cosas por el estilo, pero sí lo suficiente como para asustar a un ya de por sí asustadizo niño de diez años. ¿Por qué Dios o quien sea no dará estos poderes a los tipos valientes y seguros de sí mismos?


El caso es que juré inmediatamente que no iba a volver a usar jamás ese poder, por muy tentado que estuviera. Logré mantener mi juramento durante más de quince años, pero hay cosas contra las que nadie, ni siquiera alguien capaz de viajar en el tiempo, puede luchar. En mi caso, tenía que luchar contra perder mi trabajo.


Dos días después del sorteo de lotería, con la decepción aún presente, fui llamado al despacho de mi jefe, quien tras deshacerse en elogios hacia mi persona, me comunicó que iban a rescindir mi contrato por "recortes en la plantilla". Me entregó una carta de despido y una jugosa indemnización, con lo que, en menos de una hora, estaba de vuelta en casa, sin trabajo y sin perspectivas de futuro. En momentos como ese, uno desea haber nacido en un país con auténtica movilidad laboral, y no en uno en el que cambiar de trabajo es más difícil que ganar la lotería. Fue precisamente este último pensamiento, unido al hecho de que tenía que seguir pagando la hipoteca y un coche que sabía que no podía permitirme desde que lo compré, lo que me llevó a mandar a la mierda los juramentos de la infancia. Sin pensarlo dos veces, busqué en Internet el número del boleto que ganó el sorteo e hice mi magia.


Viajé a dos semanas antes del sorteo, para tener tiempo de localizar el boleto ganador. No bastaba con saber el número del boleto, sino que además había que saber la serie ganadora, la cual, sólo se vendería en una determinada administración de lotería del país. Por eso, necesitaba averiguar dónde tenían la mencionada serie y viajar allí. Como me sabía ya ganador del descomunal premio, no temblé a la hora de despedirme del trabajo. Incluso aproveché para decir unas cuantas "lindezas" a mi jefe, que se quedó petrificado en el sitio. Como si fuera el protagonista de "Minority report", le estaba castigando por sus crímenes futuros, y lo estaba disfrutando como nunca. Aún recuerdo la cara de estupor que se le quedó cuando le hice aquel corte de mangas mientras me iba de su despacho.


Cortados los lazos del trabajo, me centré en la búsqueda, que fue bastante más sencilla de lo que esperaba. Gracias a una famosa web de compra de lotería online, pude saber que la serie premiada del número que buscaba, se vendía en una administración de la pequeña localidad de Calpe, en Valencia. Estando yo en Bilbao, me quedaba un poco lejos, pero no me importaba. Por cosas como esa había decidido viajar a dos semanas antes del sorteo. Consciente de que el dinero ya no iba a ser un problema, reservé un billete en el primer avión que aterrizaba en el aeropuerto más cercano, para la primera hora del día siguiente. Después, me di el homenaje del siglo en la marisquería de la esquina. Tardarán tiempo en reponer todo el marisco que comí esa noche.


Comprar la lotería fue rápido y sencillo. Era una serie completa, diez décimos por serie, a razón de veinte euros por décimo. Sólo doscientos euros para ganar cien millones. Ni el depósito más rentable del mejor banco del mundo me daría ese rendimiento, ni viviendo eternamente. Con mi billete en la mano, regresé a casa, contento y satisfecho. Pensé por unos instantes en viajar otra vez en el tiempo, ahora hacia el futuro, para llegar justo al día del sorteo, pero decidí dejar que el tiempo pasara sin más. Tenía dos semanas para disfrutar de unas cortas pero merecidas vacaciones. Después, tendría que ocuparme de cobrar el premio y desaparecer, antes de que se supiera de mí y toda la prensa quisiera entrevistarme. Durante dos semanas, viví a cuerpo de rey, gastando como si no hubiera un mañana. A decir verdad sólo tenía que viajar un día hacia el futuro para saber si habría o no un mañana, pero sinceramente, me daba igual.


Pero... siempre hay un pero, ¿verdad? A pocos días para el sorteo, decidí que había olvidado decirle unas cuantas cosas a mi ex jefe y quise volver al pasado para decírselas todas. Podría haber caminado hacia su oficina y habérselo dicho todo, pero era consciente de que alguien, el guardia de seguridad con su porra y esposas, o su secretaria, impedirían que llegara tan lejos. Por eso, y aunque me viera obligado a volver a viajar a Calpe a por lotería, decidí volver hacia atrás, a cuando aún trabajaba.


No pude. Por primera vez en mi vida, mi poder falló. No sé qué pudo ocurrir. Tal vez se me agotara la batería (o lo que sea que me hacía viajar en el tiempo) o tal vez el viaje en el tiempo tenía caducidad. No sé cuál pudo ser la causa, sólo sé que ya no pude viajar en el tiempo a partir de ese momento. Lo intenté todo, desde relajarme con tila, marihuana y alcohol, hasta meditar cual monje budista, pero nada funcionó. Me odié por ello y odié mi perdido poder, aunque tardé poco en calmarme, cuando recordé que tenía, guardados en el cajón de la ropa interior, unos potenciales cien millones de euros.


Y aquí estoy, con mis décimos de lotería en la mano, junto a la taza del váter, decidiendo qué hacer con ellos. ¿Por qué tengo que decidirlo? ¿Por qué no voy directamente a cobrarlos? Porque mi vida es una mierda y soy el mayor hijo de puta sobre la faz de la tierra.


Pisé la brizna de hierba equivocada. El ganador original de los cien millones de euros fue un hombre de Calpe, llamado Juan Coslada, que no fue lo suficientemente hábil para ocultarse. Pero eso no viene al caso, así que seguiré con mi historia. Juan Coslada es visitador médico. Si en el sorteo de ayer, él hubiera ganado los cien millones, como ya había ocurrido una vez, hubiera dejado su trabajo (probablemente mandando a la mierda a su jefe, como alguien que conozco). Pero no lo ha hecho, porque no ha ganado el premio. Y esta mañana, cuando se dirigía a visitar una serie de farmacias en toda Vizcaya, su coche ha perdido el control, debido a una enorme placa de hielo en la autopista, y ha chocado de frente con un autobús que se dirigía hacia la costa, llevando de vacaciones invernales a un grupo de jubilados de toda Vizcaya. De por sí, este hecho es ya un error, un gran error sólo achacable a mi "irresponsabilidad temporal", pero hubiera podido vivir con él, si no fuera porque mis padres eran dos de esos jubilados. Sí, indirectamente, he matado a mis padres.


Nadie podría entender por qué en estos momentos me siento una mierda, y nadie me creerá cuando diga que yo maté a mis padres porque viajé en el tiempo. Ni siquiera conservo ese poder para convencer a nadie de que puedo hacerlo. Tal vez debería repartir este dinero entre mi familia o donarlo a asociaciones de jubilados de todo el mundo, pero ni eso me haría sentir mejor. Llevo casi dos horas de pie, con los décimos en alto, decidiendo si los suelto, tiro de la cadena y dejo que el agua se lleve mi culpa.


Han pasado otras dos horas. Después de tanto pensar, este texto, que pretendía ser una confesión y una manera de redimirme, se va a convertir en una nota de suicidio. Sé que no podría vivir con esta culpa, ni con cien millones ni con cien mil, así que he decidido irme, y no sólo a otro país. Desperdiciar cien millones y dejar que se los quedara el Estado sería una estupidez, así que he enviado los décimos, uno por uno, a diferentes personas y asociaciones que sé que los merecen. Espero que cada una disfrute de sus diez millones. Me voy sabiendo que algo bueno va a salir de mi gran error. Con el poco dinero que me queda (demasiadas langostas han hecho mella en mi economía), he comprado una pistola y unas balas en un barrio marginal. El tipo que me la ha vendido ha sido muy amable al mostrarme cómo usarla. Por desgracia, no ha intentado robarme o matarme con la pistola que me estaba vendiendo, casi lo hubiera agradecido. Se acabó, ha llegado el momento de decir adiós a este mundo y hola a uno nuevo, donde podré pedir perdón a mis padres en persona. Espero que sea verdad que el infierno no existe o no podré verles. Además, uno no puede suicidarse de nuevo una vez muerto.


Adiós a todos. Si alguien publica mi triste historia alguna vez, espero que no olvide pagar derechos de autor a mis parientes vivos

FIN

7 comentarios:

Minúscula Martínez dijo...

No juego núnca a la loteria. Más que nada, es cuestión de pereza, de no tener que ndar pendiente de si me toco lo suficiente para desaparecer del mundo o un triste reintegro...

Y no te desanimes. Te he leido en algun otro foro, y no estoy muy de acuerdo contigo....

Un saludo,
Cistina

María (LadyLuna) dijo...

Ya lei esta historia de la pagina yoescribo.com^^
A seguir escribiendo que seguire leyendo^^
Un saludo;)

derian dijo...

Creo que lo suyo es una obsesión por el palabra mercantilizada y la hoja impresa. Y me parece que usted escribe -se lo digo de corazón- para que los agentes literarios de que tanto habla apuesten alguna vez por usted.

Debería pensar menos en ello; en cuanto al relato me resultó un tanto llano, tiene estilo pero llano.

Un saludo y procure no escribir por ser "un gran escritor" o un producto de una editorial. Muchas veces eso me llena de asco.

Anónimo dijo...

Me parece muy fuera de lugar el comentario de derian. Es un relato interesante, sin recargos, quizá no es el descubrimiento de la pólvora, pero a mí se me hizo agradable de leer y seguiré leyendo más de este autor. Ya leí otro comentario fuera de lugar en otro de los mensajes; alguien que decía que le faltaba talento y vocabulario... no recuerdo bien. No comprendo por qué generas tanto odio, Jorge, tú sigue disfrutando y escribiendo, seguro que le gustas a más gente de la que crees.
Cristifogosa.

Anónimo dijo...

Estimado bloguero, ignore a a ese naturalista y pretencioso que le comenta,(no le hubiera dedicado una entrada en su blog a rebatirlo. El chico esta acostumbrado a generar controversias. Al parecer quiere tener sus minutillos de fama.

iveliaszero dijo...

Ante todo decirle que me ha fascinado su relato. Puede ser que lo que me halla encantado sobre todo ha sido el cambio radical que ha dado el texto.

Saludos de un "escritor" novato.

El predicador y su seis tiros dijo...

Mejora la cosa, vaya que sí. Aún tengo que husmear en yoescribo para ver el resto de relatos, pero hay una gran diferencia entre lo que leí ayer y esto. Sin embargo dos apuntes (si no disparo se me estropean las seis tiros):
1. Por mucho que duela, ese comentario no andaba descaminado. A veces el estilo parece forzado, como si pretendiese una grandilocuencia que acaba resultando artificial.
2. No trabajas los detalles, y son muy importantes. Los detalles, por minúsculos que sean, dan vida o matan un relato. No creas que por escribir fantasía, terror o ciencia ficción puedes poner lo que te dé la gana. Es un género con un amplio abanico de opciones, pero sin coherencia pierden realismo, y por tanto en vez de embellecer el relato, lo emponzoñan.
Sigue trabajando.